El
otro día viajando en avión estuve hojeando una revista dónde un artículo con el
título “Carrera hacia adentro” de Karim de Schwank, psicóloga clínica, me detuvo para su lectura. Me gusto la facilidad de expresión, y
el contenido que me llevo a reflexionar. Así que me he tomado el maravilloso
tiempo en transcribirlo para poderlo compartir y contribuir en el dar un poco
más de luz en estos tiempos tan convulsos.
Carrera hacia adentro
La vida la vivimos muy
deprisa. Los días se pasan, las semanas se terminan, los meses vuelan y los
años se sienten cada vez que nos vemos al espejo. ¿cómo es que todo pasa tan
rápido? ¿Cómo es que hemos llegado a perder conciencia de nuestra existencia? ¿Cómo
es que hemos tenido que enfocarnos en la obtención de objetos materiales y se
nos ha olvidado vivir? ¿Cómo es que llamamos éxito en la vida a los títulos,
posiciones y posesiones? ¿y cuando morimos que? ¿Se pierde todo? ¿Es un
fracaso? ¿Es la muerte ese ser aterrorizante del cual deseamos escapar? ¿O al
que deseamos desafiar?
Todas estas son
preguntas que quizá mucho nos hacemos, aunque no todos nos atrevemos a decirlo
en recio. El sentido y el propósito de la vida es algo que se explora muy poco.
Conversaciones en las que se invita a la muerte no son conversaciones muy atractivas
para muchos. Generalmente el tema de la muerte es visto como un tema lúgubre,
atemorizante y pesimista. Los seres humanos estamos en la desesperada búsqueda
de la felicidad. Descansamos poco de esta carrera hacia lo que suponemos que
nos dará la felicidad, pero no nos paramos a revisar si el camino hacia esa
meta está siendo placentero. Muchos de nosotros perdemos la vida tratando de
encontrar aquello que quizá ni siquiera existe.
Desde muy jóvenes,
leemos dentro de nuestro contexto social y cultural aquellas demandas,
expectativas y roles que se nos imponen. Esta imposición no es necesariamente
explicita, ya que mucho lo aprendemos al leer entre líneas. No siempre se
menciona específicamente lo que se espera de nosotros, a pesar de que con
regularidad nos resulta evidente. Nuestras necesidades de dependencia
generalmente se enfocan con mucho detenimiento en todo aquello que nuestros
seres queridos esperan de nosotros con la finalidad de complacerlos y por ende
recibir su aprobación. Su aprobación y aceptación son una necesidad humana
básica, por lo que de forma inconsciente y desde una edad muy temprana, nos
enfocamos en la complacencia hacia otros como nuestra meta más importante.
Complacer a nuestros
padres resulta ser ese foco de felicidad. Recibir su aprobación y
reconocimiento es nuestro alimento. De pequeños/as, en nuestro estado de
vulnerabilidad, no podemos correr el riesgo de recibir su desaprobación. La
desaprobación de nuestros padres se convierte muchas veces en la forma de
trauma más frecuentes y más difíciles de erradicar. La aceptación de nuestros
padres es el antídoto ante la baja autoestima y la depresión. Cuando nos
sentimos amados y reconocidos podemos lograr interiorizar ese concepto de valía
de nosotros/as mismos/as. De lo contrario, se nos hace muy difícil lograrlo. La
carencia de aceptación de nuestros padres es el terreno fértil para la duda, la
desvalorización y la vergüenza tóxica.
Vergüenza toxica es
un término que se refiere a la sensación de que hay algo dentro de nosotros que
es inherentemente malo o indeseable. Dado que es indeseable, intentamos erradicarlo,
esconderlo o cambiarlo. La meta de la vergüenza toxica es convencernos de que
ser la persona que somos no es adecuado, por lo que debemos convertirnos en esa
persona que creemos que los demás desean que seamos. De esta manera, la meta es
buscar el prototipo de persona que se considera el ejemplo para emularla. Es así,
como se da inicio a la competencia, a los celos, a las luchas de poder y a los
esfuerzos por intentar ser mejor que otros. Para poder sentirnos mejor y
mitigar esa vergüenza toxica, típicamente intentamos buscar las debilidades de
las otras personas y hacerlas evidentes, con la intención de hacernos sentir
mejor con la creencia de nuestras propias debilidades. Es común observar a las
mujeres viéndose unas a las otras de pies a cabeza, tomando nota de todos los
detalles para encontrar algo desagradable que puedan criticar o bien para tomar
nota e intentar verse igual de bellas que ellas. Sin embargo, la percepción de
la belleza no siempre se expresa, más bien se considera como una meta más de
competencia.
Lo triste resulta qué en
el intento de emular a las demás personas, lo que verdaderamente estamos
haciendo es desvalorizando nuestra propia identidad. Las comparaciones únicamente
nos llevan a la crítica y a la condena. Lo más triste es que toda crítica y
toda codea que hacemos a los demás, es nada más que el reflejo de la crítica y
condena que estamos haciendo a nosotros/as mismos/as. En realidad, las comparaciones
provienen de nuestro sentido quebrantado de aceptación personal. La carrera de
nuestra vida se convierte en llegar al peso perfecto, a las medidas perfectas y
a la figura perfecta, a la necesidad de tener posición, las posesiones y el
estatus social.
Es importante aclarar que
el cuidado de la figura y la presentación física, así como el deseo de progreso
y satisfacción profesional no son aspectos negativos del ser humano. Al
contrario, el cuidado personal y la cultivación de la persona son elementos
trascendentales en la vida de significado del ser humano. Sin embargo, dado
nuestro ingreso a la vida de forma inconsciente, es de formas inconscientes en
las que damos inicio a la construcción de nuestra identidad basada en factores
externos. Nuestra profunda dependencia nos obliga a ver más allá de nosotros/as
mismos/as para la construcción de la idea de quien somos. Y el progreso de
descubrir nuestra esencia resulta de ser el trabajo más especializado, delicado
y difícil que existe.
Me gusta creer entonces
que nuestro reto es poder ver más allá de nuestra carrera hacia el éxito en el
mundo material. A pesar de que el prestigio, la fama y las posesiones
materiales pueden ser la meta de algunos en el intento de alcanzar la
felicidad, llega el día en que se realiza que nada de esto podrá ser capaz de
otorgarnos la felicidad que tanto añoramos. La pregunta es entonces, ¿qué es lo
que nos otorga la felicidad? Si nuestra carrera hacia la complacencia y hacia
el prestigio y posición social no nos otorga la felicidad, ¿entonces es dónde
radica esa posibilidad?
La educación se ha
diseñado para ofrecer conocimientos sobre las cosas maravillosas de la
evolución de la humanidad, la ciencia, la matemática y el lenguaje. Hemos
estado, sin embargo, desprovistos de oportunidades para conocer sobre los
aspectos sutiles de nuestro mundo interno. Poco sabemos acerca de nuestros
miedos, inseguridades, frustraciones, preocupaciones, ansiedades, sueños,
aspiraciones y creaciones. El mundo educativo ha olvidado prestar atención a
los aspectos fundamentales sobre lo que es la cultivación del ser.
la competencia, las comparaciones, las luchas de poder, las críticas, el
“bullying”, los juicios, las condenas y las guerras, todas provienen de nuestro
desesperado intento de alcanzar un sentido
de identidad, propósito y valor. No se nos enseña en ninguna parte sobre la
importancia de nuestra autovaloración. No existen espacios en la vida en los
que se pueda hablar libremente sobre nuestro dolor, nuestras pérdidas y nuestros
miedos. Inclusive los grupos de apoyo de los 12 pasos, los cuales están basados
en 12 tradiciones que prometen seguridad y confidencialidad, son quebrantados
debido a la falta de conciencia que tenemos sobre la magnitud de nuestra
vulnerabilidad y dejan de ser na opción para muchos.
Es fundamental por lo
tanto que entendamos que la carrera hacia el éxito es la carrera que hacemos
hacia adentro de nosotros mismos. Es éxito en la vida no radica en la
complacencia en cuanto a convertirnos en lo que creemos que otros quieren de nosotros.
El éxito radica en nuestra habilidad para expresar abiertamente la magnitud de
lo que somos sin temor. Requiere de valentía para reconocer nuestro miedo al
rechazo y poner voz a nuestra opinión y a nuestra versión del mundo. Nuestra vulnerabilidad
más grande radica en el miedo al rechazo o al ridículo. Tenemos miedo de decir
lo que pensamos por temor a no tener el visto bueno de los demás. Sin embargo,
el sentido de expresión, de autonomía y de propósito de vida, las cuales son
necesidades básicas de nuestra existencia, solo pueden alcanzarse al tener el
valor de hablar con honestidad sobre nuestra postura personal.
Es importante aquí aclarar
el concepto de honestidad. Muchas personas confunden honestidad con el permiso
para ser crueles. Por honestidad debemos comprender que es tener la valentía de
poner voz a lo que pensamos, así como a la manera en como interpretamos el
mundo y como hemos encontrado significado. Esto no quiere decir que tengamos el
derecho de tener opinión sobre el actuar o forma de ser de otra persona.
La felicidad verdadera
radica en la libertad para ser, en sentir el gozo e expresar libremente quien
somos. No se trata de expresar nuestra opinión sobre los demás, sino más bien
de expresar abiertamente nuestros sesgos, nuestras formas de ver la vida, nuestros
estilos de comunicación, la magnitud de como sentimos, la magia de nuestra
carcajada y la LUZ de nuestro ser, sin los velos del miedo que nos limitan.
Cristina Mas